Hace un par de semanas una de mis pacientes me preguntó: "¿es mi imaginación o de plano estamos viviendo en una sociedad más violenta?" Mi primer reacción fue el pensar que cada generación seguramente se ha hecho la misma pregunta, pero tiempo después me puse a pensar a profundidad, y hoy estoy convencido que la percepción de mi paciente (y la mía, y seguramente la tuya), es que efectivamente hoy vivímos en una sociedad mucho más violenta.
Los que
me conocen en lo personal y en lo profesional saben que no soy muy afecto a
hacer declaraciones absolutas, es decir sin dar espacio a otras posibilidades.
He tratado de ser prudente en todas mis observaciones hablando desde lo que yo
considero como ¨mi perspectiva.” En esta ocasión voy a romper mi propia regla y
trataré de presentar un fenómeno social innegable y sus afectaciones en la
psique de esta generación.
Lo que
voy a tratar de presentar está basado en mis observaciones personales y
profesionales de los últimos 3 años. Mis observaciones se basan en mi trabajo
como terapeuta, victimólogo, consultor educativo, supervisor clínico y
consultor en la creación de comunidades resilientes. Es un hecho, estamos perdiendo nuestra capacidad de ser empáticos. Y
esto tiene una razón bien identificada que no está siendo atendida.
Para
comenzar, quisiera presentar este tema desde un contexto social y antropológico,
ya que nos ayuda a conocer el cómo hemos llegado a ser el tipo de “comunidad”
que hoy somos de manera universal.
Hoy
somos el resultado de una inercia de generaciones previas, con sus buenas
decisiones y sus malas decisiones. Muy probablemente, las generaciones
anteriores no tenían mucha consciencia de que sus acciones tendrían un impacto
directo en las generaciones venideras. No fue sino hasta mediados del siglo
pasado cuando se comenzó a plantear la necesidad de tener mejores programas
educativos, mejores programas sociales, mejores leyes incluyentes de las
minorías, etc. Es decir, hasta hace muy poco tiempo comenzamos a utilizar una
de las principales características que nos distinguen de otras especies: “La
capacidad de evolucionar social y culturalmente.” Ninguna otra especie tiene la
capacidad de evolucionar tan dramáticamente de una generación a otra como los
seres humanos. Esta capacidad nace desde la organización natural de nuestro
cerebro, el cual es único entre todas las especies. Nuestro cerebro,
particularmente la corteza cerebral, cuenta con esta increíble capacidad de
almacenar información más que cualquier otra especie en el planeta. Nuestra
generación ha aumentado sus conocimientos de una manera exponencial, de tal
manera que hoy un niño en sexto de primaria conoce más sobre el cerebro humano,
que lo que la persona más inteligente en el planeta conocía hace 50 años.
Esta
increíble capacidad del ser humano, de aprender del conocimiento de
generaciones previas para utilizarlas para el mejoramiento socio cultural, como
la modificación de leyes, planteamiento de mejores programas educativos,
programas para padres de familia, mejoras en los sistemas de salud, prevención
del delito, etc., es única entre todas las demás especies. Cada generación ha
tomado decisiones en cómo utilizar esta información, y esto se lleva a cabo de
dos maneras: explícita (leyes, programas, estructuras sociales, etc.) e
implícita (constructos de género, racismo, normas sociales, expectativas
socio-económicas, etc.).
Cada
generación ha tomado decisiones en relación a estas dos maneras de pasar información
a las siguientes generaciones. Por ejemplo, las generaciones pasadas decidieron
explícitamente que certificarse para poder manejar un auto era importante, por
eso hoy tenemos que pasar (en teoría) un examen de manejo para que el Estado
nos permita manejar un auto. Del mismo modo, las generaciones anteriores
decidieron explícitamente que enseñar matemáticas era más importante dentro de
un programa académico y que debía ser obligatorio que todo niño supiera sumar y
restar. Esas fueron decisiones explícitas de generaciones pasadas que hoy siguen
siendo vigentes, pero al mismo tiempo generaciones pasadas decidieron no
implementar con la misma rigidez programas para padres y madres en relación a
los cuidados necesarios (físicos y emocionales) de sus hijos. Generaciones
anteriores no creyeron relevante el hacer explícito la importancia y la
relevancia de los primeros años de vida de una persona. De manera IMPLÍCTA, las
generaciones anteriores transmitieron a nuestra generación que esos años de
infancia fluyen de manera espontánea sin la necesidad de preparación de los
adultos alrededor de la vida de estos pequeños.
En
pocas palabras, el día de hoy es mucho más importante estar certificado para
manejar un auto, que para supervisar y cuidar el desarrollo de un infante. De
manera implícita se nos ha transmitido que no es tan relevante el conocimiento
y las habilidades para facilitar el desarrollo óptimo de una niña o un niño, y
esta enseñanza (o falta de) se ha transmitido generacionalmente dando lugar a
otras prioridades sociales.
Estos
mecanismos de transmisión de información transgeneracional son muy importantes
de comprender al estudiar la relevancia que tiene la exposición a la violencia
como mecanismo para mediar conflictos en la actualidad. Estoy seguro que nadie
de nosotros, conscientemente (explícitamente) le enseñaría a un niño o niña que
la violencia es válida como una herramienta de medicación de conflictos
interpersonales, sin embargo en la actualidad se calcula que la exposición
(implícita) de los niños y niñas a la violencia es hasta de 50 veces mayor a lo
que se tenía 30 años atrás. Es tiempo de comenzar a cuestionarnos y a evaluar
intencionalmente lo que estamos transmitiendo a esta y a generaciones
venideras. Esto no es un concepto nuevo, generaciones previas inventaron el
racismo, el anti-semitismo, la misoginia, etc.
Hoy, gracias a procesos explícitos de consciencia hemos demostrado que
son fenómenos nocivos para el desarrollo y funcionamiento en lo individual y
colectivo. Hace menos de cien años era cultural e incluso científicamente comprobable
que la mujer no podía ni debía participar en decisiones políticas (derecho al
voto). Hoy, gracias a los avances científicos y a una serie de cuestionamientos
sociales (minoritarios en un inicio), sabemos que la participación de la mujer
es invaluable no solo en la esfera política sino en todos los aspectos
socio-económicos. Este es un ejemplo del cómo una creencia transmitida
genracionalmente puede retarse y
transformarse por medio de bases científicas y de movimientos sociales.
Ahora
que hemos podido presentar los fundamentos antropológicos y sociales de la transmisión
de información de una generación a otra, y del cómo mucha de esta información necesita
ser retada por medio del conocimiento y movimientos sociales, quisiera
presentar mi mayor preocupación y ésta es que La sociedad que hoy hemos creado, menosprecia dos
conceptos fundamentales de nuestra especie:
a) La maleabilidad del cerebro
humano en los primeros años de la infancia,
b) la naturaleza social (interpersonal) del ser-humano.
El olvidar estos dos conceptos
tiene una afectación directa con lo que se ha llamado “la descomposición del
tejido social.”
Nuestra
sociedad actual ha minimizado la importancia de estos dos conceptos y como resultado nos hemos convertido en
personas mucho más vulnerables en muchos aspectos (salud mental, salud social,
salud espiritual, etc.). Los seres-humanos somos seres biológicos, que como toda
especie utiliza al máximo sus características para adaptarse a su medio
ambiente. Algunas especies utilizan sus características físicas para cazar,
perseguir, devorar, escabullirse, huir, etc., para adaptarse a su medio
ambiente. Nosotros como especie, no pertenecemos al grupo de depredadores ni al
grupo de presas, y por lo mismo tuvimos que sacar provecho de nuestras
capacidades sociales para formar grupos (comunidades) que nos permitieran
adaptarnos y sobrevivir. Nuestro cerebro humano está diseñado para ser
influenciado por la comunidad. El cerebro humano depende de la socialización
para desarrollarse a su máxima capacidad. Estamos “cableados” para interactuar
con otros seres-humanos y de esta manera poder sobrevivir.
La
sociedad actual ha querido transformar este hecho y llevarnos a una “independencia”
que es ficticia. Ningún ser humano puede desarrollarse por sí solo. Toda nuestra fisiología está
diseñada para ser interdependientes. Nuestros cerebros son maquinarias
perfectas para leer y responder a las señales no-verbales de otras personas
para poder interactuar con ellas. Tenemos terminaciones nerviosas en nuestra
piel que requiere la estimulación del contacto para consolidar las emociones en
nuestros cerebros. Hemos sido diseñados para ser tocados (este punto se lo
recuerdo constantemente a mi esposa). Nuestro cerebro es un órgano social que
necesita interactuar con un grupo de manera
constante para poder sobrevivir.
Desde
el comienzo de nuestra historia como especie formamos grupos para compartir los
víveres y para delegar la responsabilidad de la seguridad del grupo. Los
antropólogos nos indican que desde un inicio, una comunidad típica estaba
compuesta por alrededor de 40-50 individuos de distintos rangos de edad, multi-familiar,
multi-generacional. En estos grupos, los niños interactuaban con adultos (eran
protegidos, corregidos, vigilados, enseñados, etc.) en una proporción de 4
adultos por cada niño. Hoy nuestros modelos pedagógicos sugieren que un
ambiente altamente enriquecido es aquel en donde hay ¡1 adulto por 6 niños!
Si
observamos nuestra sociedad actual, es paradójico notar que hemos creado
grandes urbes, impresionantes asentamientos humanos, pero con una mucho menor
interacción social entre nosotros. En los Estados Unidos de América, en el
censo del año 2000, el promedio de habitantes por casa era de 3; para el año
2010 más de 1/3 de las casas reportaron un promedio de 1 habitante por casa.
Como si esta fragmentación social no fuera suficiente, la sociedad actual se ha
hecho adicta a la tecnología. En países desarrollados se ha encontrado que las
personas mayores de 12 años interactúan 11 horas promedio al día con artefactos
electrónicos. Otros estudios señalan que en países industrializados, la interacción social (pláticas, contacto visual, contacto físico, atención, etc.) es interrumpido en promedio más de 150 veces por aparatos electrónicos. Estamos perdiendo la capacidad de estar sintonizados en un verdadero contacto social, reemplazándolo por contactos virtuales que se han hecho llamar "redes sociales." No es mi papel demonizar la tecnología, pero creo que existen varios fenómenos sociales que está facilitando la desconexión interpersonal que nuestros cerebros
necesitan, que nuestras comunidades requieren para seguir siendo funcionales.
Esta realidad social está teniendo afectaciones palpables que parece que nadie
está atendiendo.
Seguimos con nuestra inercia de ser “independientes,” sin
darnos cuenta que estas dinámicas personales y comunitarias nos están afectando
en nuestra principal capacidad como seres humanos: ser empáticos.
En un
segundo ensayo seguiré explicando las afectaciones individuales y sociales de
esta fragmentación social, y del cómo creo que nuestra realidad (criminalidad,
violencia, corrupción, enfermedades mentales, etc.) tiene una relación directa
con el haber abandonado nuestra naturaleza
social e interpersonal.
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